lunes, 3 de diciembre de 2012

Madre primeriza



Lloró en el paritorio, lloró toda la noche desde que me lo dieron y lloré yo, nada más llegar a mi casa. Lloraba y decía “Estoy tan contenta…”, mi padre comentó “Se te nota, se te nota”. Estaba agotada, demasiadas emociones y poco, poco descanso. Me tenía que recuperar de un parto bueno, pero con  las huellas que deja el esfuerzo del momento. Mis partes más sensibles estaban hechas polvo, lo de sentarme era complicado y hacerlo con gracia y glamour, misión imposible. A los pocos días tuve una revisión y por fin descarté la duda que tenía, ese malestar que sentía no era porque me habían cosido una nalga con la otra, era producto de una hemorroide mal situada.  Solo era cuestión de tiempo el mejorar.  Y así fue, mejoraba por abajo y empeoraba por arriba. La lactancia iba a ser, no solo un reto personal como decía el libro que me habían pasado, sino una tortura en toda regla que soportaría hasta en cuatro ocasiones en mi vida porque no soy una superwoman…pero casi.


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