Lloró en el paritorio, lloró toda
la noche desde que me lo dieron y lloré yo, nada más llegar a mi casa. Lloraba y
decía “Estoy tan contenta…”, mi padre comentó “Se te nota, se te nota”. Estaba
agotada, demasiadas emociones y poco, poco descanso. Me tenía que recuperar de
un parto bueno, pero con las huellas que
deja el esfuerzo del momento. Mis partes más sensibles estaban hechas polvo,
lo de sentarme era complicado y hacerlo con
gracia y glamour, misión imposible. A los pocos días tuve una revisión y por fin
descarté la duda que tenía, ese malestar que sentía no era porque me habían
cosido una nalga con la otra, era producto de una hemorroide mal situada. Solo era cuestión de tiempo el mejorar. Y así fue, mejoraba por abajo y empeoraba por
arriba. La lactancia iba a ser, no solo un reto personal como decía el libro
que me habían pasado, sino una tortura en toda regla que soportaría hasta
en cuatro ocasiones en mi vida porque no soy una superwoman…pero casi.
No hay comentarios:
Publicar un comentario